jueves, 7 de agosto de 2014

FRÁGIL

Frágil. Del latín fragilis. Es un adjetivo con la misma raíz que el verbo fracturar (quebrar o romper) y cuyo sufijo –ilis indica posibilidad pasiva. Es decir, algo frágil se dice, según la RAE y entre otras cosas, de algo quebradizo y que con facilidad se hace pedazos, débil, caduco y perecedero. Esa posibilidad pasiva, esa dependencia de lo externo es lo que me hace pensar que la fragilidad aplicada a las personas no es un estado de ánimo mutable, sino una condición, una forma de ser.

Yo me siento frágil muchas veces, estoy convencida de que soy frágil.

Me siento frágil cuando viajando por carretera por la noche, atravieso una ciudad y veo miles de ventanas encendidas y pienso cuántos millones de personas habitan el mundo (siete mil doscientos millones de personas el 1 de enero de 2014, según google). O cuando el cielo se pone rojizo en mitad del día y parece una señal de que la tierra va a empezar a temblar. También siento mi fragilidad (esto me ocurre desde niña y no hay manera de cambiarlo) cuando en los westerns clásicos aparecen los indios por detrás de una colina montando a pelo encima de sus caballos (sé que eran películas prejuiciosas, sé que la historia fue otra, lo que me hace frágil es la imagen y el sonido de sus gritos).

Me siento frágil frente a un derribo o cuando las torres, aún las imponentes, las demasiado altas, han caído.



Me siento frágil muchas veces delante del televisor: cuando sube la prima de riesgo o cuando baja (en el fondo me provoca fragilidad la simple existencia de la prima de riesgo), cuando dan noticias de las vacas locas, o de la gripe aviar, o del virus del ébola (siempre hay una amenaza de este tipo), o cuando hablan de la franja de Gaza, de Haití, de la valla de Melilla o de Ukrania (siempre hay lugares que te muestran lo frágiles que somos).


Me siento frágil frente a las estatuas de los héroes del pasado, con armaduras, espadas y puños victoriosos.


Me siento frágil cuando el día se acaba y a veces cuando empieza. Cuando hay luna llena a algunos les da por la licantropía, yo me siento frágil.Me siento frágil cuando a la hora habitual alguno de los míos no ha regresado a casa. Cuando mis hijos se suben a las atracciones más vertiginosas (tienen más de veinte años pero, aún así, me dan ganas de decirles: “Vamos al carrousel, veréis qué divertido”).



Me siento frágil cuando tengo que tomar una pastilla o una decisión. Cuando no puedo prescindir de las gafas de cerca, cuando traduzco los precios de euros a pesetas, si recibo un mensaje de skype diciendo que debo actualizar mi contraseña.

Me siento frágil cuando el mar estalla contra las rocas.


Me sentí muy frágil un amanecer, yendo hacia mi trabajo, cuando un hombre negro, desarrapado, agitando un botellín de cerveza vacío en el aire, cruzó a mi lado y me grito: “I am the world. El mundo es mío”. No fue su color, ni su ropa, ni la cerveza amenazante, sus palabras me hicieron sentir frágil.

Me siento frágil cuando un gato me mira de frente.


Me siento frágil cuando voy a enviar un mail, justo antes de pinchar enviar y si es una carta, en el instante de echarla al buzón. Cuando tengo que descalzarme y abrir mi bolsa en los controles de los aeropuertos, cuando el avión va a despegar, cuando va a aterrizar y a veces también cuando hay turbulencias (y me da por pensar que los humanos no deberíamos volar, en caso contrario tendríamos alas).

A veces, me siento tan frágil, que me parece que la madera de una mesa llora.



Cita del día: “La diferencia entre la vida y la muerte es una frágil línea que todos rebasamos algún día” (Anónimo)




domingo, 20 de octubre de 2013

EMPEZAR

Me emociona la gente que empieza. Cada día. Hace semanas que no escribo. ¿Por qué? Cada mañana se me ocurre alguna idea, alguna frase, antes de tomar el control. Hoy, estaba en el baño, abrí la ventana y vi la misma fotografía que veo cada mañana de día laborable. La luz incipiente en el patio, las ventanas viejas del piso de enfrente: una cocina, un dormitorio con la persiana echada con la lamas de madera gastada torcidas por el tiempo, un cuarto de baño. En cada ventana vive una paloma que en este momento se despereza y levanta las alas despacio o hincha el cuerpo y sube la cabeza poco a poco. En una de las ventanas hay una paloma muerta desde hace tiempo. La que fue su pareja convive con ella como si ya no estuviera ahí: en el mundo de las palomas no hay duelo.


Miro más abajo. Veo la ventana de otro baño iluminada con una luz blanca de tubo fluorescente, desagradable y conmovedora en el ambiente dormido del patio. Imagino a la persona que no veo, enfrentándose en el baño a esa luz dura justo al amanecer. Me emociona la gente que empieza, a pesar de todo, cada mañana. Hace rato que F. se fue. Me emociona que, cada mañana, se levante más temprano de lo necesario y empiece. En el alfeizar de la ventana de otro baño hay unas alpargatas de color naranja esperando a alguien que aún no ha empezado el día, quizás. Empezar comienza por los pies, pienso.

Una vez que fuimos juntos a una exposición, M. se extrañó de que me gustara tanto un cuadro de un jardín viejo y una casa decadente. ¿Te gusta lo ruinoso?, o algo así me preguntó. Creo que le dije que sí. Y sí, me atrae, pero porque veo el rastro de lo que hubo y la posibilidad de algo que va a empezar, de nuevo. Esa luz incipiente.


 Hoy he pensado algo y lo he escrito. Quería empezar.

Cita del día: "Cuando algo se acaba, otra cosa puede empezar", Soledad Puértolas.


martes, 10 de julio de 2012

NOVEDAD

He estado ausente del blog una temporadita. A decir verdad, más de siete meses. Todo ha sido por culpa de la novedad. Soy muy novedosa: cuando algo nuevo me cautiva, acaba convirtiéndose en una obsesión para mí. Una obsesión que no suele curarse más que con la llegada de la siguiente novedad.

Unos días antes de Nochebuena recibimos un regalo de parte de unos conocidos. Se trataba de una máquina de hacer café de las que anuncia Clooney, con sus capsulitas de colores imposibles, metálicos y atractivos. Comoquiera que ya tenemos otra cafetera de cápsulas, de otra marca y calidad, ciertamente, pero cafetera de cápsulas que hace café rico y comoquiera que el regalo traía tiquet para su eventual devolución o cambio, decidimos cambiarlo por otra cosa.

Una vez en El Corte Inglés, nos sorprendió el alto precio del cacharro de hacer café, cuantía que nos traspasaron a una tarjeta de dinero interno y que ,tras unas vueltas por el gran almacén, invertimos en un i.pad de un modelo a punto de ser sustituido por otro nuevo, y que se encontraba en oferta (es lo que suele ocurrir con lo que ya no es novedad).

Desde el día que lo llevamos a casa, no consigo separarme de él y lo llevo conmigo a todos sitios como si se tratara de un cachorrito. Y es que me hace mucha compañía.





Le hemos comprado todo tipo de accesorios: funda, teclado, trapito para limpiarle la cara, puntero... que nos parecían imprescindibles para su uso y mantenimiento. Cada noche lo pongo a cargar baterías,bien abrigadito en su funda de piel, para que al día siguiente  esté lleno de energía y pueda sobrellevar las jornadas maratonianas a las que lo someto. De cuando en cuando entro en la appstore, que es una tienda donde se compran las chucherías (me pregunto si chuchería viene de chucho...supongo que sí) que consume mi mascota, y compro alguna aplicación novedosa por cuatro perras. En realidad la appstore es como un todo a cien de la informática del entretenimiento. Hay cientos de aplicaciones que te puedes bajar por menos de un euro la unidad; no suelen servir para mucho pero como cuestan tan poco, acaba uno comprándolas. Para ser honesta debo decir que también hay aplicaciones gratuitas que sirven más o menos para lo mismo que las de pago y que de esas me he bajado un montón, sobre todos en los primeros tiempos de la novedad.

Así que es en esto en lo que he invertido mi tiempo de ocio de casi ocho meses, en jugar con mi cachorrito, corriendo de novedad en novedad. Juntos hemos pintado, hemos leído, hemos escrito, hemos diseñado, hemos competido en juegos de estrategia y culturales, hemos navegado por la red, hemos hablado con los amigos distantes con el Skype, hemos planeado viajes y los hemos documentado a la vuelta...en fín, hemos hecho de todo y un poco más de manera virtual.

Aquí os dejo una muestra de nuestra relación:


Así, con este diseño psicodélico, me recibe cada día cuando lo despierto.
(por supuesto, cada día cambia la fecha)


Le he enseñado el abecedario. Ya escribe bien todas las letras.




Hemos fabricado juntos regalos y tarjetas de felicitación.




Hemos fabricado álbumes de fotos de nuestros viajes(aquí la muestra de uno a la costa de Cádiz)
Y hemos previsto las rutas de otros, como el último a La Rioja

Hemos jugado durante horas y horas (con todos sus minutos y todos sus segundos).


Y también hemos dibujado durante horas...

paisaje...



dibujitos estilo Miró...


 bodegones...

 


y más bodegones...



y aún alguno más...


retratos de amigos, como éste (no estoy muy convencida de cómo me quedó la nariz)


Hemos hecho homenajes a nuestros ídolos literarios



Y deconstruído la imágen de mi sobrinito preferido



En fin, hemos pasado juntos un montón de momentos, hemos pasado el tiempo de una manera feliz.





 Tal vez una felicidad un poco tonta, un poco virtual. La felicidad que proporciona lo fácil, lo novedoso. ¡Mientras esperamos que llegue la de verdad !




jueves, 1 de diciembre de 2011

EDAD

¿QUIÉN TE HA DICHO QUE YA NO TIENES EDAD?
4 SUPUESTOS Y 1 MORALEJA

" A cierta edad, un poco por amor propio, otro poco por picardía,
las cosas que más deseamos son las que fingimos no desear".
MARCEL PROUST

Quiero dedicar este texto a :
María del Mar, que ya lo recibió con ocasión de sus 50.
Inma, mi tocaya, mi cuñá, mi amiga...que ha cumplido 60, pero tiene la edad que se le antoja.
Loli P., que se entusiasma con todo lo que escribo, en especial con "el de las trenzas", como lo conocemos en PyS.


1

Hoy te despertaste con deseo de trenzas. Las rematarías con unos moños tiesos de cinta de cuadros rojos. Las trenzas son lo más cómodo para correr y columpiarse, para saltar a la comba y para la rayuela. Con trenzas hace sol y se puede jugar al escondite. Sólo se necesita una buena intuición para localizar los mejores escondrijos, saber estar inmóvil como una estatua y silenciar los latidos del corazón a mil por hora. Eso aún lo tienes, sólo te falta el patio del recreo. Hoy serías capaz hasta de deslizarte por la barandilla de la escalera, si no fuese por el dolor de huesos con que te levantas desde hace años. Tal vez podrías vender la hamaca del jardín y colocar en su lugar la cama elástica que siempre deseaste.






2

En la oficina las horas se demoran. Has hecho diez llamadas, tecleaste cuatro informes y apenas son las doce. Te entretiene el ruido de los coches detrás de la ventana. Te levantas a mirarlos pasar. Quizás si hicieras un curso de mecánica por correspondencia, podrías trabajar en un taller. ¿Un aprendiz de más de cuarenta años? No te importaría estar toda la mañana en el foso oliendo a gasolina o andar detrás del jefe pasándole herramientas. No crees que te quedase mal el mono azul y las chicas se reirían con tus piropos al pasar junto al local mugriento. Cuando llegaras a casa por las noches, no importarían la hipoteca ni el recibo del gas. Te lavarías a fondo la grasa de la cara y de las manos y el cansancio se iría por el desagüe. Después de la cena, harías el amor a tu mujer. ¿Qué mujer no desea los brazos musculosos de un mecánico?






3


Ya no tienes los pechos turgentes y aterciopelados como dos melocotones; ya no tienes andares felinos, si de lo que hablamos no es de un viejo tigre de zoológico; ya no tienes el cuello de bailarina, con suaves rizos dorados al filo de la nuca, que poseías antes; tu mirada ya no brilla como el mar o como las esmeraldas según la luz del día, sólo a veces un destello de plata emerge de su fondo con el sol; tus labios no son carnosos y colorados como un clavel, como las fresas, como una manzana de caramelo; tus dientes no son perlas cultivadas, ni siquiera las piezas que te enfundó el dentista; está claro que ya no tienes la piel tersa, los muslos firmes, la voz cantarina. No queda nada de lo que hace falta para que un hombre, joven y atractivo, un hombre de amplio torso, o quizás sólo un hombre, un hombre cualquiera, se enamore de tí. Ya no tienes edad de que haya un hombre que no pueda dejar de mirarte deseando, tal vez, darte un beso. Ya no tienes edad, pero el caso es que lo deseas.






4

Os mirais a los ojos cada tarde, sentados en vuestras butacas o en un banco del parque. Un suspiro que no suena y que el otro comprende con un ligero parpadeo. Eso lo dice todo. Ya no tenéis edad para ser padres. Tú no podrás sentir de nuevo los dolores del parto y su alegría y tú no podrás sostenerle la mano y cortar el cordón umbilical. No es hora de exigencias. Tú te conformas con quedarte fumando cigarrillos en la sala de espera, como entonces, y tú con tener, aunque sea, un parto sin dolor. Está la mecedora para acunar al niño, sabéis mil nanas y cambiar pañales. Tú recuerdas los cuentos y las adivinanzas, tú aún lo podrías llevar sobre tus hombros. Ahora que vuestros hijos ya han crecido hay una habitación para pintar de rosa o de celeste y comenzar de nuevo. Tal vez, con los ahorros y la paga podríais traer una niñita china. Ella sería feliz a vuestro lado.





¿Quién te ha dicho que no tienes edad para batir un récord, para bailar el tango, para probar cien hombres, para cruzar desiertos, para morir de celos, para matar gigantes y salvar princesas, para lucir escote, para ganar el Nobel, para vivir pasiones, para estudiar piano, para cambiar el mundo, para romper promesas, para vestir de rojo, para cumplir deseos?
¿Quién te ha dicho que ya no tienes edad?

martes, 9 de agosto de 2011

PAPÁ











La primera palabra.
A menudo los niños la eligen para empezar a contar la historia de nuevo. Y desde que la pronuncian, los padres encuentran su lugar en la trama.



PAPÁ: UNA HISTORIA DE LAS DE ANTES


Te gustaba repetirlo: Dios dijo "creced y multiplicaos" y yo, como no crecí, me multipliqué.




El principio ...


dos...


cuatro...


cinco...


siete ...


50 años después, mil y uno.



Papá, no te preocupes por nada, no te eches la mano al bolsillo una vez más, lo has dejado todo pagado.

Cita del día: 
La identidad se fragua en pasado. El aluvión es el material de todo aquello con lo que nos hemos identificado.
Bélgica, Chantal Maillard.

domingo, 26 de junio de 2011

ALEPH






MI ALEPH


   Encontré mi aleph particular en un charco. Yo tenía diez años y siempre andaba mirando al suelo. Tras siete inviernos de sequía ininterrumpida, no recordaba la lluvia: apenas una sensación de humedad en la ropa y mi pequeño paraguas azul de mariposas abierto en el zaguán, con mil gotitas sobre su tela tersa.
   Llovió tres días seguidos, una lluvia a ratos furiosa y a ratos lenta y fina como una canción. Ya pensaba que aquello ba a ser el diluvio universal cuando, acodada en el alfeizar de la ventana, vi salir el arcoiris sobre las antenas del tejado de enfrente.
   Mi madre recogió la ropa de los respaldos de las sillas, de la barra de la cortina de la ducha, de encima de los radiadores y la barandilla de la escalera y la sacó al patio. Mientras ella tendía yo me agaché a observar el agua, que bajaba desde las cuatro esquinas del patio y se arremolinaba sobre el desagüe del centro. Seguí el hilo de agua de lluvia que venía desde el rincón de las macetas y se remansaba junto al tiesto de una aspidistra. Allí estaba el aleph, escondido en un pequeño charco sucio en cuya superficie el sol se reflejaba con un brillo aceitoso.


Con una hoja seca lo removí y al cabo de un instante se concentró de nuevo, mostrándomelo todo: mi futuro y el pasado de mis antepasados, la fuerza de una hormiga y el miedo de un gigante, el final de todas las películas y el comienzo de todos los poemas, cada recodo de cada camino, tortugas poniendo huevos, la simas sepultadas de los océanos y mi último segundo de vida, un pozo sin fondo del que sacar los tonos infinitos del color, los terremotos que llegarían y los que resquebrajaron la antigua Tierra, los pétalos de una rosa en un vaso cayendo uno por uno, crías de pingüinos aprendiendo a vivir en un iceberg, las palabras de todos los diccionarios en todos los idiomas y el sonido de todos los instrumentos, el primer beso de mis padres y el último de mis abuelos, un campo de amapolas que se perdía en el horizonte, mis manos con arrugas, el gusto de todos los sabores y el olor de cada piel, las cartas que enviaría con todos sus detalles, un perro durmiendo bajo un árbol, una acuarela pintándose, pincelada a pincelada, en la mente de un artista y amarilleando y deshaciéndose tras el cristal de un marco, las casas sucesivas en las que viviría, la clave que descifra los códigos secretos, los rostros de mis hijos, el incendio de un bosque, todas las partituras en la cabeza de un alfiler, el Imperio Romano y la Historia de la Filosofía, las risas y las lágrimas de la humanidad entera, los trinos, los aullidos, el silencio y el rumor de los pasos en una calle vacía, Saturno y sus anillos, la sangre al microscopio, el primer alfarero y un pueblo abandonado, atlas incontables y un sinnúmero de pensamientos, muchas noches de insomnio, traiciones y venganzas, inventos que aún no existen y la resolución de todos los enigmas...una enciclopedia interminable que conocí de un golpe.
   Mi madre me llamó desde la casa. Me puse en pie. Las corvas me dolían como si hubiese estado en cuclillas desde siempre, pero las sombras del patio no habían cambiado. Atravesé las sábanas tendidas y llegué a la cocina. La merienda estaba preparada. Detrás de la ventana se iba secando el patio y mi aleph se evaporaría como un sueño al despertar. Han pasado treinta y siete años de lluvias y sequías. Sigo mirando al suelo.

Recomendación: El Aleph, de Jorge Luis Borges

lunes, 23 de mayo de 2011

MÚSICA

Siempre he pensado que la música es "la gracia que no quiso darme el cielo", o más bien una de las muchas que no me dió. No he recibido  educación musical, más allá de los rudimentos para hacer sonar la flauta en la primaria. Pasé el tercer curso de la E.G.B. ensayando incansablemente una pequeña pieza titulada Ya se van los pastores  y nunca llegué a interpretarla de verdad. Luchaba tozudamente con una combinación endemoniada de movimientos de dedos que cubrían y destapaban agujeros y la gradación de golpes de aire en la boquilla, deseperándome yo y deseperando a mi familia, que acababan haciéndome callar. Yo imaginaba que cualquier día se obraría el milagro y la flauta tocaría la cancioncilla con gracia, aunque fuese como en la fábula del burro, por casualidad. Nunca ocurrió.


Luego aprendí a hacer sonar la guitarra lo suficiente para acompañar las versiones que hacíamos en el colegio y en casa de Los Beatles, de Serrat, de Bob Dylan, de Silvio Rodriguez...y entretener el aburrimiento con la versión fácil del punteado del Romance Anónimo.





Sé que no hay música dentro de mí. Así como sé que si hay poesía, que si hay  pintura en mi adn, sé que la música no está. No se trata de que no aprendí solfeo, ni de que tenga un oído mediocre, ni de que me falte la voluntad para aprender la técnica, los códigos...se trata simplemente de que no está.
Cuando tenía 17 años decidí escribir un poema. Comencé con esta frase: Quisiera un tiempo sin estrenar. Me quedé mirándola mucho rato y no conseguí encontrar la siguiente. Todavía la ando buscando, pero cada vez que pienso en ella, sé que tengo una poeta dentro. Que si de verdad quisiese, podría hacer salir el resto de palabras que harían ese poema; sé cómo sonaría, sé lo que podría hacer sentir a quienes lo leyeran. Pero no hay una melodía en mi cabeza, un conjunto armónico de sonidos en mi interior que saldrían si supieran cómo hacerlo.Sólo puedo escuchar la música de los otros, intentar reproducirla o simplemente dejar que me capture y haga conmigo lo que la música nos hace.

La música, como bien sabía El Flautista de Hamelín, nos transporta, anula nuestra voluntad, gobierna nuestros sentimientos. "La música ejerce sobre nosotros una soberanía superior a la de cualquier otro arte", dijo Valéry. Y cuando escucho marchas militares, con sus golpes de tambor como latidos del corazón y sus redobles, con las llamadas de caza de los instrumentos de viento...de repente me vuelvo patriota, y  no entiendo dónde estaba escondida esa parte de mí, y acabo pensando que Valéry tenía razón y que los que sí llevan música dentro conocen el poder que poseen y lo ejercen. 

Una vez fui a Lisboa y me enamoré de una voz. Estábamos en un local cenando. Los camareros retiraban los platos de la cena y servían los postres y los cafés. Habíamos conseguido una buena mesa y podíamos ver a los músicos preparando las sillas donde iban a sentarse para acompañar a los cantantes de fado que actuarían esa noche. Los fadistas se hicieron esperar un rato aún, pero entre las conversaciones aparecían retazos de sonidos de cuerda: los guitarristas templaban sus guitarras. Escuchamos cantar fados más o menos trágicos, más o menos melancólicos durante mucho rato sin cansarnos. Yo me entretenía observando los estudiados movimientos que las cantantes hacían con sus manos y sus pañuelos, los gestos de dolor con que interpretaban las despedidas y las ausencias que estaban cantando. Cuando ya pensaba que el espectáculo iba a terminar, uno de los chicos que acompañaba a la guitarra comenzó a tocar solo una melodía triste. Su voz fue creciendo poco a poco y el restaurante y todos los que estaban allí se fueron deshaciéndo hasta desaparecer. Sólo quedamos él y yo, y la música de su voz. Ese chico se llama Antonio Zambujo y no es de huesos y tejidos como los demás, es de música. Aunque no existiera Portugal, aunque no existieran el fado y la guitarra, ese chico,el poder de su voz, habrían enamorado a la gente quién sabe con qué instrumentos, con qué sonido.

En el siguiente enlace se puede disfrutar de su voz en un montón de canciones.






La música siempre escapa a mi razón, no puedo entenderla ni descifrarla, no cabe en los moldes con que construyo la realidad y se resiste a todas las armas con que trato de desmenuzarla para saber cómo funciona, por qué provoca en mí lo que provoca. Me hace sentir dulcemente fuera de mí ,como cuando de niña daba vueltas y vueltas sobre mi misma como los derviches hasta que el alrededor desaparecía y,de alguna manera, yo ya no era y al mismo tiempo lo era todo.











Leo a Steiner, en su libro Errata :

" En la música hay una extrañeza con respecto al hombre" Y me enseña algo más:esa extrañeza  tal vez tenga que ver con su poder de significación y, paradójicamente, con su falta de significado. Tal vez tenga que ver con que es ajena a los conceptos de verdadero y falso, de bien y mal.










Cita del día y recomendación: "¿Qué hace que una tercera menor resulte triste? ¿Es sol menor en la escala occidental intrínsecamente triste" Errata, el examen de una vida. G. Steiner